El aire frío de las últimas noches le erizaba el vello de los brazos mientras fumaba asomado a su ventana. La luna casi llena brillaba como una luz de neón aclarando el cerrojo de la madrugada y aunque quería ver las estrellas, la contaminación lumínica impedía el regalo de las constelaciones para su vista. Así que decidió cerrar los ojos y dejar volar su imaginación. El humo del cigarrillo le servía de ficticio alucinógeno para entrar en un trance casi definitivo.
La brisa le acariciaba la cara mientras sin imágenes en sus pupilas, la imaginación volcaba toda la acción en su mente mientras sostenía el pitillo. Y entonces la vio. Junto a él. Buscándose como dos animales en el celo más desesperado. En su sueño despierto de ojos cerrados visualizó sus propias manos desnudándola con la misma ansia que ternura. Se encontraba en su propio sueño dejándola con cierta basteza en la cama, mientras recorría con sus labios su torso desnudo. Jugando con su lengua en sus senos mientras mordisqueaba y succionaba sus areolas y pezones.
Dio otra calada al cigarrillo sin abrir los ojos, dejaba caer la ceniza, esta vez sin cuidado de dónde pudiera ir a parar. Su ensoñación volvió a la acción tras el sorbo de bálsamo humeante. Aunque en el mundo real ya los escalofríos se hacían más frecuentes debido al aire gélido de la nocturnidad, en su cerebro el calor se hacía patente en forma de primeras gotas de sudor por su rostro. Sus carias se fundían con las de ella y la piel se erizaba al tiempo que generaba más calor. Por un momento paró su imaginación para reflexionar sobre la magnífica sensación que era sentir el frío externo del mundo real y el ardor interno de su yo interior.
Hubo mas besos en sus ojos cerrados, hubo más caricias y lamidas donde el pudor ya no era tapado por la ropa interior. En la horizontalidad de sus deseos hubo una nueva fusión. Casi podía sentir, aun sosteniendo el cigarrillo, como ambos cuerpos retozaban a un compás pactado y se estremecían en cada movimiento pélvico. Sus manos no paraban de recorrerla sensualmente usando las yemas de sus dedos. Daban vueltas en la cama arrugando y revolviendo las sábanas en cada nueva postura. Los besos se habían tornado cada vez más intensos y salvajes, contagiando a sus movimientos y caricias cuya dureza con sensualidad implícita, tornaba aquel encuentro imaginario en lo más tórrido de sus deseos.
El cigarrillo estaba apunto de consumirse del todo. Apurando la última calada visionó internamente también el apogeo de su imaginativo acto amatorio. Descubrió cómo ella se electrizaba con gemidos cortos y sonoros mientras con una de sus manos le agarraba del pelo y con la otra arañaba su espalda y bajaba su mano a sus nalgas para hincarle dulcemente las uñas, con el propósito de hacer más notoria y profunda su penetración al tiempo que volcaba su néctar de diosa en el miembro que la ensartaba. Él ya no pudo aguantar mas y derramó su deseo en varios disparos de humedad regando las entrañas de su partener.
La tranquilidad y el relax se hicieron reinantes en aquella alcoba imaginaria, donde solo resonaba el eco de las respiraciones agitadas y el sonar de sus corazones bombeando, buscando la calma tras la tempestad. No necesitaba centrarse en su cara, sabía muy bien quién era la chica que acompañaba aquel sueño de deseo. De repente un golpe de brisa fría y el fuerte y desagradable olor del cigarrillo consumido le hicieron abrir los ojos.
La luna seguía brillando con su luz celeste. Puede que casi con más intensidad que antes de cerrar los ojos. Miró su reloj. Habían pasado solo cinco minutos. Cinco minutos en los que había volcado casi una noche entera de placer. Miró la cajetilla y sacó otro pitillo. Encendió su mechero y sorbió la primera calada de su nueva realidad. Se sintió solo pero afortunado de que en su propia soledad, había satisfecho su deseo sin ni siquiera estar en el entorno adecuado. Sin ni siquiera tener a la otra persona a su lado. Se consideró satisfecho de tener esos momentos para él, en los que a veces, sin pensar, en el cotidiano acto de fumarse un cigarro, y dentro de su propia soledad, tenía colmados sus deseos más ocultos.
Quién sabe... quizá en alguna parte de la ciudad, la chica de la noche de los ojos cerrados, también estuviera en su ventana, fumando un cigarrillo, iluminada por la luna, y sintiendo el repeluco del frío aire de aquella madrugada....
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