08 septiembre 2015

GRACIAS Y HASTA SIEMPRE.

Nada tuvo que ver que llevaras el nombre del lugar donde nació Dios, para demostrarme con tus actos y tus palabras lo que es ser una persona buena y sin maldad. Nada tuvo que ver que le pusieras a tu hija en su nombre los Dolores que todos sufrimos contigo y por ti en tus últimos años. Nada tiene que ver y lo tiene que ver todo. 

Es ahora cuando ya te has ido, cuando los recuerdos son más fuertes, aunque los tenía cada vez que iba a verte, ya en tus días de agotamiento, cuando te me quedabas mirando sin recordar quién era, y aún así, esbozabas una sonrisa y una mirada limpia y brillante. Yo besaba tu mejilla y tu frente, y te llamaba "reina", porque eso fuiste siempre en mi familia materna.  Entonces te recordaba cuando aprendía a contar de tu mano bajando y subiendo los escalones del postigo, cuando nos dirigíamos a aquel paraíso de mi niñez, en forma de casa antigua de vecinos de la calle Montánchez.

¿Te acuerdas? Hacías muslos de pollo para almorzar y yo los quería sin cubiertos, porque me gustaba comérmelos "como los vaqueros de las películas", a bocados, y tú te reías y me seguías la fantasía. Es curioso que ahora no me guste el pollo, será porque ya no estabas tú para cocinarlo. Recuerdo las noches de verano en aquella fresca casa, cuando tus remedios para que los mosquitos no masacraran mi piel de mocoso, no eran una pastilla con enchufe, si no un papel de periódico con unos cuantos jazmines a medio abrir. Los cogías con cariño para mí, de aquel precioso patio lleno de miles de geranios, algún rosal, y un impresionante jazmín reinando en la pared central. 

Nunca faltó en tu cabecera el retrato de la Madre de Dios, con el Niño Jesús en sus brazos, en forma de imagen de arte renacentista. Recuerdo tu devoción a la Virgen que guarda esta ciudad, y que celebra su día el día después de que te hayas ido, porque quizá Ella haya querido tenerte a su vera en su día más grande. Quizá como regalo para ti, quiso aliviarte tanto sufrimiento para que ahora, desde el Cielo de las personas de corazón inmaculado, nos protejas junto a la Señora llena de Gracia. 

Recuerdo cuánto te reías con mis ocurrencias y mis tonterías, como le preparabas al abuelo una olla templada, para que el agua de aquella piscinita de cuatro patas en el patio en la que me bañaba no estuviera demasiado fría. Luego el abuelo me traía unas papitas aliñás en un tenedor para que me tomara una tapita sin salir del agua. Recuerdo con qué ilusión recibías cada novena el moñito de la Virgen que te llevaba cuando tú ya no podías ir a verla.  Y tu frustración cuando el cerebro te dio aquel primer aviso y al recuperarte, a veces no encontrabas una palabra obvia para terminar una frase que quisieras decirnos.

Podría escribir un post interminable con las cosas buenas que recuerdo de ti, y que aportaste a mi corazón, y a mi modo de vida. Pero incluso cuando no podías hablar, ni moverte, ni valerte por ti misma, me aportaste cosas. Cosas que van más allá del sabor de algunos de tus guisos que jamás pudo igualar nadie. Cosas como eso que entiendo como "Amor Verdadero", el de dos almas que han estado toda la vida juntas, hasta los últimos días. Un valor que hoy ya no se conoce, que yo no he podido conocer porque todos mis amores me salieron "rana", o incluso puede que el "sapo" sea yo y por eso nadie me soporta. 

Cosas como el ejemplo de mi madre, maltrecha, llena de dolores y con los nervios destrozados, con diabetes y no sé cuántas cosas más, y que no faltó a la vera de tu cama, en tu casa, en la residencia, en el hospital, ni un sólo día. Daba igual que lloviera, que nevara, o que el asfalto ardiera de la calor. Nunca tuvo un descanso de su amor y pena por ti y por el abuelo. Nunca yo tampoco lo tuve aunque no te veía con tanta frecuencia como me hubiera gustado, de sostenerle a mi madre sus lamentos por cómo te iba viendo, por su cansancio, sus cambios de humor. Nunca encontré mayor prueba de amor a unos padres, que la que me han dado los míos. Mi padre primero con los suyos, y mi madre ahora contigo hasta tu último día y con el abuelo el tiempo que tarde en volver a besarte y abrazarte.

¿Sabes, abuela? Quizá los problemas de las nuevas generaciones es que no han tenido esos ejemplos como los tuve yo. Quizá ahora la gente se separa tan fácil porque en sus corazones no vienen genes para gastar 60 o 70 años con la misma persona. Quizá las nuevas generaciones traen el corazón más oscuro, como para no tenerle la devoción que se le debe a quien te dio la vida, te enseñó a caminar y a respirar. Quizá no se enseña bien, quizá no se aprende bien. No lo sé, pero yo me siento afortunado por los ejemplos que he tenido  y que tengo. Y tú perteneces a ese grupo de ejemplos. Por eso tengo que estarte agradecido.

Hoy quería cerrar la pena que llevo sintiendo por ti durante cuatro años, y que se acentuó ayer de forma tan inesperada como cruel. Yo creía que estaba preparado para verte marchar definitivamente, que sería un alivio que cesaras tu sufrimiento para irte al lado de tu Virgen de Gracia a protegernos a todos. Yo creía que mamá podría recuperar energías (para eso aún es pronto, esperemos que sea así). Yo creía tantas cosas, que por creer, tuviste que darme otra lección a mis casi cuatro décadas. Yo pensaba que la pena no me iba a poder porque todos entenderíamos, deseábamos, esperábamos que tu descanso y alivio fueran también los nuestros. Pero no fue así, y aunque intenté aguantar, tuve varios momentos de volver a mi niñez en forma de llanto, y como tal lloré por ti, con un aluvión de recuerdos masacrando mi mente, envueltos en tu sonrisa tan pura y tan noble.

Por eso he querido darte las gracias. Y por eso he querido mandarte esta carta y decirte "hasta siempre", porque siempre estarás en mi memoria, cada día, por detalles tontos, vete tú a saber... Y porque tengo en mi corazón tu mejor recuerdo, el ejemplo que diste y contigo me ha dado mi madre, como mi padre me dio con los suyos, y eso es una marca, que no se borrará nunca de mi corazón. Dale un besito a todos los que tengo por ahí arriba, que de los que dejas aquí abajo, ya me encargo yo... como tú me enseñaste. Ya no habrá más lágrimas de pena, será siempre una sonrisa la que me salga al recordarte, y si cae alguna lágrima, puedes estar segura, que será de alegría y emoción por haberte conocido, por haber tenido el privilegio de ser nieto tuyo. 

Hasta siempre, abuelita.
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