La Semana Santa es la Semana de Los Sentidos. Los del ser humano. Los de cada alma presente en la calle, en las procesiones, en los bares, hasta en su propia casa viéndola por televisión. Es la semana en la que se realzan los cinco sentidos como lo hace la propia ciudad por sí misma, pero acentuándolos aún más hasta llegar a hacerlos tan sublimes que puede incluso pasar desapercibido el realce de las sensaciones. Sentidos colmados, sentidos activos, sentidos que casi, y perdónenme la blasfemia, se vuelven santos como la semana.
El primero y más perceptible es la vista. El que ofrece la noche y el día como pasará con el oído. Las dos caras, la feliz para quien goza de ella, y puede ver el palio de estrellas y balcones que acompaña a la Virgen de los Dolores el Viernes que celebra su día; cómo da un "izquierdazo" el Coronación en su salida a la Plaza de Cristo Rey, la Belleza Excelsa de la Virgen del Mayor Dolor, ver cómo se te viene encima el colosal paso de misterio de La Expiración, el sol que doró de un moreno celestial a Las Angustias, la tensa y complicada salida de La Columna, el corte clásico del palio de cajón de la Dolorosa que vive en San Pedro, el mágico sobrecogimiento de los Nazarenos del Silencio y el solemne andar del Santo Entierro. Triste para quien por designios de Dios, no puede verlo con los ojos, y lo hace con el oído (y viceversa).
El segundo es el oído. Como he dicho hay quien no puede ver y tiene que visionar escuchando. Hay quien su oído es el complemento perfecto para lo que ve. Y se pueden oír mil sonidos que te colman y complementan a los otros cuatro. El tocar en el suelo de las varas de los celadores para que anden o paren los Nazarenos. Las voces de nuestros capataces, alguno que otro soltando poesía improvisada para mandar a sus costaleros. El esfuerzo y los kilos cayendo sobre los cuellos de los que hacen caminar el Evangelio por las calles carmonenses. Los revuelos de tambores, cornetas y bandas de palio poniendo Banda Sonora a nuestra Semana de Los Sentidos, gargantas cortadas por el respeto y el nerviosismo cantando saetas, rachear de pies y crujidos de parihuelas...
El tercero es el olfato. La Semana Santa tiene toda una amalgama de olores que nos penetran por la vía del regocijo. El azahar rompiendo en algunas calles y plazuelas, el puesto del algodón de azúcar, la cera encendida y derretida, goteada ardiente y seca en el asfalto, el incienso característico (y esto ya es para olfatos muy sibaritas) de cada Hermandad. Cada una perfuma con un diferente incienso nuestra Semana de Los Sentidos, y engalana con diferentes adornos florales sus pasos, que cuando hay clavel, azahar, o rosas, también desprenden sensaciones diferentes en nuestro olfato.
Vayamos por el gusto. Que no es sólo el buen gusto de los priostes a la hora de vestir imágenes o adornar los pasos. El gusto más humano, el del paladar, el de los sabores típicos de la Cuaresma y la Semana Santa. El sabor de las Espinacas con garbanzos, el Bacalao con tomate, las Pavías de merluza o las Croquetas de Bacalao. El Algodón de azúcar o el Helado de los Valencianos. El café o el cola-cao con las Torrijas y la Leche frita. El gusto que se pone protestón los Viernes y al que se le ha callado la protesta con el ingenio de las cábalas de tantas madres y abuelas para no comer carne y aún así, paladea manjares a diestro y siniestro.
Y por último el tacto. El tocar, que pidió Santo Tomás para creer. Los dedos en el Costado de Cristo que hundimos en cada terminación de nuestra piel para rozar el manto de una Virgen o el Faldón de un Paso, para tomar nuestro cirio resbaladizo y áspero al mismo tiempo, al poner la mano para que caiga cera ardiente que en cuestión de segundos se endurece al tiempo que se enfría como las noches de Primavera. El tacto de la calle en nuestros penitentes pies descalzos, que se vuelve frío o caliente según haya reinado el sol caprichoso,y helado en los templos. El tacto del esparto de nuestro cinturón o de los nudos del cíngulo, el de la tela de nuestro antifaz al pegárnoslo al rostro con la mano para que llegue aire fresco y poder respirar mejor. El tacto de paredes de piedra tallada por los siglos o de la cal que viste de pureza las fachadas, donde nos apoyamos para ver una cofradía.
Por desgracia hay pocos que empleen el Sexto Sentido, que es el sentir de los cinco juntos, para darse cuenta que en Semana Santa, todos se realzan hasta lo sublime. Si no fuera así, sería una semana como otra cualquiera, en una ciudad como otra cualquiera, pero no es el caso. Les invito a un ejercicio de sensibilidad esta próxima Semana Santa: reconcentren el espíritu, cierren un momento los ojos varias veces durante el día, cuando estén usando algunos de los otros cuatro sentidos, luego ábranlos y se darán cuenta cómo se han realzado cada uno de ellos, aportándoles una felicidad que seguro que han estado disfrutando cada Semana Santa, pero de la que no han sido plenamente conscientes. Ya me dirán....
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