19 marzo 2015

CUARESMA (XIV). CRISTOS DE CARMONA (y VIII). "Todo empieza ahora."

La muerte avanza por las calles del Sábado con paso de tambor templado. El Hijo de un Dios con apellido Buiza es llevado por Santos Varones y por varones terrenales con costal y voz de capataz. El simbolismo de Su cara de sufrimiento calmado, de Sus ojos sin vida y de su mano cayendo al encuentro de una Magdalena, es el fin de nuestra condena. La profecía está a punto de cumplirse. Lleva en su figura la calma tensa tras la última exhalación de vida. Lleva en Sus portadores Santos el gesto del dolor y la rabia ante el castigo desmesurado por su condición de divinidad. Lleva la belleza de la Soledad que deja en los corazones al pasar, con el mismo apellido.

Sale de una casa prestada, vive en otra, y cuando sale, aún inerte quiere volver a la suya, a la casa de la que lo "arrancaron" a Él, a Su Madre y a todos Sus hijos y hermanos. Y vuelve a paso fúnebre con sones del "Arrabal" carmonense, precedido por toda Su Pasión anterior tiñendo de color el gris del sepelio del Sábado. Toda Su Semana, nuestra Semana de la Vida, queda reducida al "sepulcro nuevo donde ningún otro había sido enterrado". La rosa que brota de una gota de su sangre sobre las rocas, es el mensaje que Él nos deja. De la muerte a la nueva vida, de la sangre a la flor...

Es más que la representación del fin de una profecía. Es el Señor que nos marca el destino de todos nosotros, tarde o temprano, de forma apacible o cruel, pero todos tendremos que ir con Él al sepulcro. Pero siempre a los cristianos nos quedará salir de la piedra como brotó la rosa y subir a su lado. Porque "Dios no ha enviado a su hijo para salvar al mundo, si no para que el mundo se salve por Él". Y por el recordamos a su paso alargado, a todos aquellos que lo ven cada Sábado de nuestras vidas desde la carrera oficial de los cielos. Recordamos a quien nos llevó de la mano alguna vez a verle salir de casa de Su abuela Santa Ana. 

Recordamos el beso que ya no tenemos, la voz que ya no nos volverá a sonar en los oídos, la sonrisa que ya no veremos brillar, la mirada que ya no veremos en nuestra mirada, pero que la veremos siempre en la memoria. Todo ese mundo ausente es Él. Todas las cruces que nos hacemos son Él. Todo el amor por la Soledad es Él. Toda la Paz es Él. Él y no otro porque todo ha pasado, porque todo se acaba, porque la espera del tiempo terminó para ponerle fin a nuestras ilusiones. La Semana de nuestras vidas llega a la extinción con Su muerte, con su Santo Entierro.

Todo acaba con él y sin embargo, todo huele a un nuevo comienzo, a una nueva Pascua en la que se confirma el cumplimiento de lo que estaba escrito. Todas las cosas empiezan de nuevo a buscar sentido. La Semana vuelve a estar a lo lejos, ansiada, añorada en los albores de los corazones de Sus hijos. De nuevo veneraremos Su Cuerpo en Divina Custodia en una mañana de verano. De nuevo rememoraremos a Su Madre como patrona en nueve días, de nuevo festejaremos el nacimiento del Niño Dios, y la espera será más corta, de nuevo se acercará el tiempo. 

Y todo eso sucede tras su Entierro. No encuentro mejor definición al verlo pasar, que la frase final de la película de Su vida que contó Zefirelli.  Ian Holm en el papel de un escriba, entra en el Santo Sepulcro a comprobar que la piedra estaba movida, y dentro sólo quedaba el Sudario de Dios. Y dándose cuenta de que habían contribuído de la forma más cruel a que se cumplieran las Sagradas Escrituras, sólo acertó a decir lo que todos los cofrades pensamos cuando dejamos que el Santo Entierro se nos pierda entrando por la puerta de la noche del Sábado: "Ahora empieza....   TODO EMPIEZA AHORA."


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