12 marzo 2015

CUARESMA 2015 (VIII): CRISTOS DE CARMONA (II): "Y cielo se cubrió de tinieblas".

" Y desde la hora sexta a la hora nona, el cielo se cubrió de tinieblas" (Mt,27,45). Por eso el Señor del Lunes Santo lleva ese color en los hachones. Un Señor que nos inyecta el simbolismo de la muerte en el madero como fin a nuestras culpas, a la vez que nos enseña la metáfora de la vida. Porque en la vida cada día nos encontramos una cuesta que subir y Él sube tres. A paso lento, con mimo en la mecida porque a la muerte divina hay que saber llevarla así, sin prisa, con la dulzura de un rostro que descansa del martirio, y con el regusto de la Amargura en el paladar de nuestras almas.

Lunes que se hacen cuestas arriba de San Felipe, de Hermanas de la Cruz y Joaquín Costa. Lunes de comienzo de una Semana que ha empezado un día antes, y que sea con sol o con el cielo cubierto de tinieblas, espera el poderío de la delgadez más engrandecida al intentar venir al mundo a través de un arco de ojiva que se le queda estrecho. Tan estrecho como nuestro corazón al verlo salir cuando barruntamos que puede rozar el travesaño de Su Cruz. Pero sale. Sale año tras año. Lunes tras Lunes. Sale a enseñarnos el triunfo de la vida sobre la muerte, por un barrio que antaño quiso Dios que llegara hasta el Real.

Nadie se explica cómo en una figura tan pertrechada por el castigo que mandó hacer Su Padre, este Señor impregna tanto poder y ternura a los ojos que lo miran, caminando a paso corto sobre redobles macarenos. Cómo la faz de la muerte creada por manos góticas puede sentirse tan cotidiana, tan liviana, y otorgar tanta paz. Cómo puede acallar el bullicio de una convergencia de calles en una cuesta, congregado alrededor de una fuente custodiada por leones,  y tornarlo en palmas a cada marcha engarzada para terminar de subir. Ganando centímetros al asfalto para que la gente vea, que con Su ejemplo ninguna "cuestarriba" es infinita aunque lo parezca.

No hay Mayor Dolor que el del que no puede verlo donde quisiera, y que el de aquel que lo ve pasar. No hay Mayor Dolor que el de la despedida hasta el Lunes de los Lunes del siguiente año, viéndolo desaparecer de nuevo a través de esa estrecha puerta. No hay más Amargura que la que Él desprende. No hay Lunes más santo que el Lunes que Él pasea. Apenas se le distingue la sangre que ya dejo de brotar de sus llagas.  Casi no se aprecian ya las heridas secadas con el fervor de siglos. Casi no se le ve subir cuando el llamador da el tercer impacto. Casi penetran en el alma los crujidos de las maderas de su paso cuando la trabajadera se hinca en la cerviz de los pies que lo llevan.

Y así sigue este Señor de los Lunes de nuestras vidas, impertérrito en el tiempo y en los sentidos de un Lucero de ocho puntas. Recordándonos que la Amargura del Mayor Dolor puede tornarse triunfo si seguimos, poco a poco, subiendo las cuestas de nuestra existencia. Y así seguirá, por siglos, mientras que cada Lunes Santo, "cuestarriba" de San Felipe, vuelva a abrirse ese pequeño hueco de ojiva por el que saldrá la grandeza del Dios más antiguo de Andalucía. A la hora sexta, cuando en aquella Jerusalem de hace dos mil años, la tierra tembló, las piedras se partieron, los velos del Templo se rasgaron... y el cielo entero... se cubrió de tinieblas.



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