Me lo encontré en la esquina de una calle cercana a casa cuando venía de comprar unas cervezas para ver el partido. Debería tener como unos cincuenta años, aunque aparentaba al menos setenta. Su barba se había ensuciado y alargado con el devenir de los vaya usted a saber cuántos años que llevaría en aquella situación. Normalmente hubiera pasado de largo tragando saliva como hace la mayoría de la gente, pero no sé qué raro instinto aquella vez me indujo a mirarle y acercarme a él. Llevaba un pantalón vaquero que se le había quedado ancho por la inanición, atado con un cordel, unos zapatos agujereados de piel color albero y desatados, y una camisa a cuadros con algunos jirones. Me llamó la atención un moratón en su mejilla izquierda. No dije nada. Simplemente me senté junto a él, e intenté absorber su energía. Me miró con extrañeza, y sólo intuí a decirle: “¿un trago, amigo?”, mientras le ofrecía una birra. Extendió su mano y espetó un tímido “gracias”, casi con un aire de emoción. Fue ahí cuando sin preguntarle, me contó su terrible historia.
La mujer de la que estuvo enamorado, se enamoró de otro hombre. Se quedó con su casa, con sus hijos, y se dedicó a ir difundiendo rumores falsos sobre su comportamiento con ella, de forma que lo echaron del trabajo, sus amigos le dieron de lado, sus hijos lo repudiaron, y se vio solo. En la puñetera calle. Sin trabajo, sin familia, sin opciones. Pero también me contó que a pesar de todo el daño que le habían hecho, se había propuesto sobrevivir cada día. Levantarse y mirar la vida aunque fuera desde el suelo. Me contó que había caminado por todo el país, comido basura de otros, o incluso a veces manjares tirados por algunos restaurantes. Que se sentía orgulloso de no haber pedido jamás, ni siquiera para comer. Le noté un tono melancólico pero orgulloso al mismo tiempo mientras me hablaba y apuraba su cerveza. Me dio de nuevo las gracias y se marchó, echándose al hombro un saco de esparto con una manta y algunos efectos personales. Todo esto me hizo hacerme una sola pregunta cuando volví caminando a casa y terminándome mi cerveza. ¿Esto es el amor? A veces no somos conscientes de todo el mal que una mujer puede hacerle a un hombre solo contando mentiras, cegados por todos los casos de malos tratos que vemos diariamente en televisión. De toda esta historia me quedo con un solo detalle, que me hace creer en el amor. Aquel mendigo, contando aquella terrible historia, no tuvo ni una sola mala palabra, para la mujer que destrozó su vida… Es para pensárselo.
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