16 agosto 2015

PASEAR ES DE VIEJOS

Hay quien dice que pasear es cosa de viejos. No me lo he inventado. Lo he oído e incluso leído en muchas ocasiones. Yo no estoy de acuerdo con esa sentencia. Y admito que el hecho de pasear, así porque sí, se está volviendo algo tan inusual, tan raro en los tiempos que corren, que con el devenir de los días, las prisas, las obligaciones, el estrés, la falta de tiempo es la excusa perfecta para obviar esta práctica.

Quizá ahora que lo pienso es verdad que sea una cuestión de edades, o quizá de gustos, porque como decía, con tanto que hacer en la vida que hoy ocupa a la sociedad, la gente prefiera su tiempo libre para salir a tomar una copa, ir al cine, o simplemente quedarse en casa contemplando la caja tonta con un cuenco de palomitas u otros manjares. Estamos tan acomodados que la mayoría de los problemas de aparcamiento son porque queremos dejar el coche en la misma puerta o lo más cerca posible de nuestro punto de destino. Tanto que nos molesta dejar el coche en ese aparcamiento libre que vemos, tan solo porque está a unos metros o minutos andando de donde vayamos. 

Pero pasear, entiéndase andar a ritmo lento, es algo que se está perdiendo. Me refiero al concepto. Porque nuestra sociedad moderna nos inyecta la prisa en el paso aunque simplemente estemos dando una vuelta por tomar el aire. "Yo es que no sé andar lento", también lo he oído. Pero desde esta pequeña ventanita al mundo que tengo con vosotros, os recomiendo lo contrario. Cambiad un día el ritmo del paso. Los cofrades "irse aguantando", los carnavaleros a ritmo de desfile de los de antes, los feriantes, a compás de sevillana lenta. Dejad que un pié le pida permiso al otro para adelantarse. La hora da igual, puede ser a media tarde con la caída del sol cuando el cielo se torna de ese morado que tan bien le sienta a esta ciudad milenaria, o a cualquiera desde la que me leáis.

Puede ser amaneciendo, con las primeras luces del alba acariciando las murallas y la cal de las paredes. Pero si es verano y la noche está fresca, yo recomiendo la noche. Es más, si es agosto y apenas hay tráfico en la ciudad, os conmino a que cerréis las manos tras la espalda, abráis los ojos frente a la cara, y comencéis el paso lento mirando a todas partes y a la nada. Llenaos los pulmones con el aire fresco de la noche, dejad que vuestros pensamientos se vayan a otra parte, o que acudan a vuestra mente con la serenidad necesaria para reflexiones acertadas.

No os marquéis un rumbo, ni un destino, ni un tiempo. Simplemente poned el paso lo más lento que podáis y no miréis hacia dónde vais. Si queréis podéis parar a tomar un refrigerio en cualquier sitio, o sentaros si hay posibilidad en cualquier punto del camino a disfrutar de las vistas. Pasear no es una costumbre, es un rito sagrado para el espíritu. Hacedlo y luego me contáis si estáis de acuerdo con eso de que pasear es de viejos, sólo porque a ciertas edades el cuerpo no permite un paso más lento.

Pasear no es de viejos, no. Es de almas que aún saben sentirse receptivas a la vida sin prisas, a la desconexión por puro placer, a la contemplación de las maravillas históricas y arquitectónicas y naturales, que por el maldito estrés, por eso de ir con prisas a todos lados, pasan inadvertidas ante nuestros ojos. No tenéis excusas, ahora con las noches tan frescas que nos vienen, pasear, con la ciudad vacía, es una auténtica delicia, pero espero que en lugar de rebatírmelo sin más, lo comprobéis por vosotros mismos, y luego me digáis si encontráis tan triste e injusta como yo, la sentencia de tantos pobres estresados que dicen que pasear... es de viejos.

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