12 agosto 2015

CUANDO PERDER NO ES PERDER

Hay veces en la vida en las que uno oye la frase esa tan manida de "lo importante es participar". Hay veces en que uno la usa como consuelo por no haber dado la talla en alguna empresa que se haya acometido. Pero hay otras veces, en las que esa frase deja de tener ningún sentido porque perdiendo te sientes ganador.
A veces llegan ocasiones en las que se mezclan en un caldero mágico ciertos ingredientes, a saber: trabajo duro, ambiente cordial, algo llamado "sentimiento" que te cala desde el primer día que ves el caldero y no sabes cómo, coraje, fe, responsabilidad, aliento de millones de almas en presencia y en distancia, y por supuesto calidad. Entonces es cuando se forja una ocasión en la que tanto los protagonistas, como los que los apoyan saben que hay que beber de ese caldero.
Entonces es cuando se hace la magia que convierte a David en otro gigante como Goliath. Y aunque en este "nuevo" pasaje bíblico-futbolistico del fútbol sevillano hecho gloria, venció Goliath, David murió casi matando. El gigante sangraba, temía, temblaba, dudaba, y por eso se agenció a un diablo con silbato que se inventó dos regalos para que Goliath hiciera de las suyas convertido en un pequeño mago argentino del balón. El diablo ya puestos, cuando David casi agonizaba y lanzó una última vez su pedrada, miró para otro lado obviando el penalti que hubiera supuesto otros diez penaltis.
Pero David cayó. Injustamente. En el último suspiro de la batalla. Como más suele doler. Pero en este caso, ese sentimiento tan tremendo llamado Sevilla no se dolió. Porque David estuvo muerto cuatro veces, y cuatro se levantó, y pudo tumbar en cinco a Goliath. Todo esto no es más que una justificación de por qué el texto bíblico mereció repetirse hoy. Pero no fue así, y nos ha dado igual. Nos ha dado igual porque de ese caldero es del que vamos a seguir bebiendo los próximos meses. Hoy el Sevillismo ha ganado otro título, el de la autosatisfacción por el trabajo bien hecho, independientemente del resultado. El de saberse grandes por el simple hecho de casi derribar a Goliath. El de experimentar esa nostálgica pero hermosísima sensación de que perder no ha sido perder, si no ganar en orgullo, en grandeza y en admiración.
Maldito sea el fútbol (y los pésimos árbitros) que nos ha quitado poder vivir la sensación de que la gesta hubiera sido aún más sonada, si hubiera entrado la de Coke, o la de Ramí, o se hubiera pitado el penalti de libro en la última jugada. Pero esa es la única pena, quedarnos sin saber qué hubiera pasado si se llega a los penaltis. El resto es la celebración de un título que NADIE más que nosotros posee, y que hoy se ha revalorizado a base de bien: EL DE SER SEVILLISTAS. Y créanme, ese título vale más que todos los presupuestos de la Liga juntos. Y créanme, cuando perder no es perder, uno se va a la cama tela de feliz, y ser feliz perdiendo, eso sólo se lo puede permitir un equipo, un escudo, una afición.
Presiento que este año vamos a divertirnos mucho con este equipo, sobre todo cuando ya nos han hecho vivir lo único que nos faltaba, perder una final dejándonos la sensación de haberla ganado. Buenas noches a todos.
PD: Gracias a Maria Hidalgo Avila y a toda su familia por la maravillosa hospitalidad y familiaridad con la que me acogen siempre que piso su casa. Ha sido un placer ver allí a nuestro Sevilla perder sin perder.

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