15 abril 2017

PARA QUE LOS QUE NO VEN, VEAN.

"Yo he venido a este mundo para hacer que los que no ven, vean." (Jn, 9-39).

Carmen venía de lejos. No importa ahora de dónde ni por qué quiso elegir al Silencio de Carmona para vivir su Viernes Santo. Es una pequeña que ha encogido el corazón a los hombres de la cofradía más recta, formal y primitiva. Acompañada de su familia, salió a la noche del Viernes de la Semana de nuestras vidas, a impregnarse y a la vez regalarnos a los demás la Fe más pura que pueda existir: la de los que no pueden ver. 

No sabe uno ni por dónde empezar a contar tanto sentimiento agolpado, ni cómo deshacer el nudo en la garganta que esta pequeña nos puso en el corazón. Carmen oía, Carmen olía y respiraba profundo, Carmen degustaba el Viernes Santo. Y quiso tocar para ver, y permitidme que os diga que es de las poquísimas ocasiones, quizá la única, en la que un Hermano del Silencio debe romperlo para decir un "sí" más grande que la Estación de Penitencia que va realizando.

El Silencio dijo sí a las peticiones de Carmen, y ella respondió contando a su madre lo que había sentido... lo que había visto.  Su pequeñitas manos tocaron nazarenos, cruces de penitencia, tocaron el paso de nuestra más Bella Nazarena, la Virgen de los Dolores, para que desde sus dedos llegara a su cuello el escalofrío de una levantá de las que de verdad llegan al Cielo. Estuvo en los lugares clave (bendito sea el lazarillo que tuviera) de la Cofradía. En uno de ellos, sus palabras me han hecho llorar como si tuviera su misma edad: "Se me han abierto los ojos"... Fue al paso del Señor de Carmona por la puertecita que en Carmona tenemos directa al paraíso: Las Hermanas de la Cruz.

Admito que por una vez, la Grandeza de Nuestro Padre se me ha hecho mucho más grande, y a la vez mucho más pequeña nuestra condición de creyentes. Porque el propio Jesús lo dijo tras curar a un hombre ciego: "Yo he venido al mundo para hacer que los que no ven, vean... y que aquellos que se ufanan de ver, se vuelvan ciegos". Y estamos verdaderamente ciegos si no vemos que la pureza y la Fe verdadera están en personas que ven a través de sus dedos y hablan, como Carmen, a través del corazón. Admito que estoy llorando mientras escribo estas líneas, de la emoción y de la congoja por la lección que esta pequeña nos dio, con su medalla del Silencio al cuello. Porque seguimos estando ciegos en nuestro día a día. 

Incluso los que tenemos el privilegio de tocar al Señor y a Su Madre, para ponerlo en el altar, en el paso, en el besapié, jamás lo vemos como ella lo ve. Con la virtud y la pureza de la inocencia y el alma tan limpia y tan inmensa como la de Carmen. Después de esto uno piensa muchas cosas. Por ejemplo que a pesar de la distancia que la separa de Carmona, debería ser hermana honoraria del Silencio. O que debería venir una Cuaresma, en una noche de montaje, cuando posamos al Señor en el suelo y se viste a la Santísima Virgen, para que "los conociera" en persona a través de la dulzura de su tacto.

Carmen solo tuvo una reflexión final que nos ha transmitido su familia, y que me ha hecho reflexionar sobre todo lo que conlleva poder ver la Hermandad todo el año, y vivirla el Viernes Santo durante tres horas en la calle: "He sentido magia". Descúbranse ante ella por las veces que los Primitivos Nazarenos hemos usado esa palabra en vano. Creo que nunca sabremos lo que es la verdadera magia, la que sintió Carmen anoche, salvo que un día salgamos a ver a Nuestro Padre, y desde la Cruz de Guía a la trasera del Palio de la Virgen de los Dolores, cerremos los ojos. Quizá entonces nos acerquemos a sentir en el corazón algo parecido a lo que nuestra pequeña y excepcional invitada sintió.

Entre tanto, no nos afanemos de ver, porque seguimos estando ciegos, y la pequeña Carmen nos ha abierto los ojos, de la misma forma que a ella se le abrieron, al sentir al Silencio en las Hermanas de la Cruz. Creo que solo podemos decirte una cosa, pequeña: GRACIAS, CARMEN. Y por favor vuelve a visitarnos por norma cada Viernes Santo, porque todos los que formamos parte del Silencio de Carmona, incluIda la propia ciudad, estaremos encantados de volver a ser tus ojos... por siempre.

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