A la hora de camino, las inmensas montañas y algún águila enorme iban saludándonos como parte del paisaje por la carretera de Extremadura. Pasadas las tres horas y pico de volante, un cartel nos desviaba hacia ese paraíso que refería: "La Vera".
Una comarca de pequeños pueblos, con pequeño número de habitantes, y con grandes almas y grandes vistas. Pueblos donde el aire que se respira está recién filtrado por la naturaleza antes de que llegue a las grises ciudades. Nos esperaba la antigua residencia de los Condes de Oropesa, donde el hombre más poderoso del XVI descansó tres meses camino a su retiro en el Monasterio de Yuste, donde le preparaban las estancias en las que la negra señora vendría a recogerle. En el Parador de Jarandilla de la Vera, arroparíamos nuestros sueños cada día.
Cuando uno llega a la zona entiende cuasi normal que Carlos V decidiera tras abdicar, irse a pasar sus últimos años de vida a aquel idílico paisaje. ¿Cómo os lo explico a los que no caéis en las modas y en las novelerías de que la playa está por encima de todas las cosas? Quizá me entendáis mejor los que, como yo, prefiráis los remansos de paz perdidos entre inmensos bosques, los ríos de aguas gélidas y cristalinas, la tranquilidad, el silencio y la buena gastronomía.
Una ruta de pueblos que te trasladan a tiempos medievales, con fachadas de madera y piedra y balconadas antiguas. Habitan gentes llanas y amables, que beben las mieles del agua de la sierra en fuentes medievales cada cuatro o cinco calles, donde se saborean caza y platos típicos que harían las delicias de los paladares más agrios. Pero La Vera tiene mucho que ver, y yo que ya la conocía, me equivoqué pensando que iba a descansar. Tenía la responsabilidad de un corazón joven a mi lado que estaba ávido de descubrir aquellos parajes, así que hice de tripas viejas, corazón joven, y me dispuse a "cabrear" por aquel mundo aparte, con tal de ver en ella la mirada del asombro y la felicidad. Y de esa forma hasta yo tuve imágenes nuevas que guardar en la retina.
En uno de esos sitios, que me da pena recomendar por miedo a que se pervierta con aglomeraciones, el "charco del Trabuquete", hasta hicimos amistades con gente maravillosa. No sólo por ser de la tierra como el caso del estupendo actor Paco Churruca, si no por guardar también la condición de amantes de los espacios perdidos y bellos como tres bellezas toledanas con nombres de Alba, Fátima y Sara. El placer de disfrutar de esos parajes con un lugareño que además habla con tanta pasión y cariño de lo suyo te hace sentirte privilegiado. El trato de mi tocayo Paco y sus recomendaciones, el ver cómo conocía las profundidades de aquella garganta, te hacía sentirte seguro y feliz. El disfrute de mi corazón joven, que enseguida conectó con sus tres compañeras de encuentro, me llenó de satisfacción. Recuerdo la frase que dijo Alba: "nos conocemos de un rato y parece que es de toda la vida".
Eso no lo da el tiempo, querida Alba, lo da el espíritu, y la providencia quiso que ocho espíritus iguales coincidiéramos en aquel paraíso.
Luego la historia. Ver catedrales en Plasencia, el Monasterio de Yuste,
la Casa de la Inquisición en Garganta la Olla,
los baños en diferentes charcos o piscinas naturales que el Tiétar ha querido regalar a los humanos (que a veces no somos más puercos y sucios porque no podemos),
y comer en sitios como La Pitarra del Gordo en Plasencia o el "Puta Parió" en Jarandilla, te hacen colmar todos los sentidos.
De momento lo único cierto, es que no cumplí el objetivo de mi viaje. Yo quería descansar y no ha sido posible, pero hay otra cosa que también es verdad, he llegado cansado, pero con todos mis sentidos colmados, y con la felicidad metida en mi maleta camino a casa, a cambio de haber dejado para siempre en La Vera y en siete personas más un trocito de mi alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario